¿Conocéis la curiosa historia de las personas condenadas al olvido?

Es curiosa la tradición occidental de poner el nombre y la fecha en la lápidas de nuestros difuntos. Aunque no existe una respuesta concreta, si está muy estudiado por la antropología la importancia para nuestra cultura de “ser recordados”. Se dice que mientras nos recuerden siempre estaremos vivos, pero ¿Qué pasa si desde el Estado se busca la total eliminación de la memoria de alguien?

¿Conocéis la curiosa historia de las personas condenadas al olvido?

Para los romanos el culto a sus antepasados era parte fundamental de su cultura. Decoraban sus casas con motivos de sus ancestros y la importancia de era tal que si no tenían descendencia la adoptaban para poder preservar el apellido. Y por ello uno de los peores castigos a los que un romano podía ser sometido era condenarlo al olvido.

El nombre que utilizaban para este terrible castigo era “Damnatio memoriae” que significa literalmente “condena de memoria” o lo que viene a ser lo mismo, borrar cualquier indicio de su existencia, textos, grabados, murales, estatuas o incluso canciones populares. En el derecho romano existían variantes de este terrible castigo, por ejemplo el “abolitio nominos” que impedía poder poner a los hijos el nombre del padre, o el “recissio actorum” que era la destrucción de las obras del condenado. Un gran ejemplo de un “damantio memoriae” fue el caso de Marco Antonio que una vez derrotado por Cesar augusto este mandó la destrucción de todas sus estatuas.

En otras ocasiones se utilizaba para borrar la memoria de cualquier posible rival como el caso de Publio Septimo Geta hermano pequeño del emperador Caracalla. En otra ocasión el senado dictó esta sentencia a la memoria del emperador Domiciano que llegó incluso a mandar fundir las monedas acuñadas con su rostro. De Cómodo, el Emperador gladiador, el Senado decretó su damnatio memoriae tan solo un día después de ser ahogado en el baño por uno de sus libertos. Aquella condena le convirtió en enemigo público, ordenando el derribo de sus estatuas y la eliminación de su nombre de los registros públicos.

Más allá de los altares y los tronos, esta condena también iba dirigida a ciudadanos corrientes que hubieran cometido crímenes especialmente censurables, sobre todo aquellos relacionados con la traición al Emperador o al Senado. Tal fue el caso de Lucio Elio Sejano, favorito de Tiberio, al que se le acusó de liderar un amplio complot contra su soberano. O el caso del ex cónsul y gobernador Cneo Calpurnio Pisón en 20 d.C., quien se suicidó tras ser responsabilizado de la muerte de Germánico. A consecuencia de ello, el Senado dictó un senadoconsulto que proponía borrar su nombre de los documentos oficiales y confiscar sus bienes.

La leyes contra la memoria no fue exclusivo de los romanos, asirios, babilonicos o egipcios también tuvieron ejemplos de esta curiosa forma de impartir justicia. Es famoso el caso de Akenatón conocido como el faraón hereje, en estas culturas quienes no tenían nombre no podía existir y, por lo tanto, borrar el nombre de un personaje del recuerdo suponía impedirle disfrutar de una vida en el más allá.

Esta practica llegó en algunos casos incluso al siglo XX sin ir más lejos, el régimen de Stalin prohibió toda mención de los nombres de sus enemigos y eliminó a éstos de la prensa, libros, registros históricos, fotografías y documentos de archivo.

Por ello, para evitar ser condenados al olvido escribimos el nombre de las personas que queremos en sus lápidas, para ser recordados en la eternidad.

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